Cruzada personal
Columna publicada el 18 de marzo de 2006
Hace un par de días, antes de salir a trabajar, me quedé un rato viendo, en algún matinal, una pequeña entrevista a un juez de Puerto Montt que ha dado no poco que hablar en estos días. Se trata de don Manuel Pérez Sánchez, titular de un juzgado de policía local de esa ciudad, quien ha tenido algunos problemas porque en ocasiones se ha negado a dar curso a escritos plagados de faltas de ortografía y barbarismos.
No se trata de inocentes errores de digitación o de la ausencia de algún tilde travieso. Estamos hablando de escribir "taza de interés" por "tasa de interés", "seda el paso" por "ceda el paso" y (de antología) "mato grosso" por "grosso modo", entre otras lindezas.
La arista jurídica del asunto no da para mucho y reviste escaso interés. Es improbable que el escrúpulo ortográfico del juez vaya a influir en sus fallos. No se necesita ser demasiado agudo para entender el mensaje que el juez Pérez Sánchez está tratando de enviar a una sociedad que se ha vuelto progresivamente iletrada, e informal a niveles patológicos.
El juez es un lector empedernido, y le parece inaceptable que profesionales universitarios escriban y hablen villanamente la noble lengua de Cervantes. En la entrevista hizo extensivo el problema a gran parte de la población, y mencionó a los argentinos como un ejemplo a seguir en materia de amplitud de vocabulario y buen uso del idioma. Puedo dar fe de esto ultimo porque viví un tiempo en Buenos Aires.
No es casualidad que los argentinos hablen y escriban mejor que nosotros. Fue el primer país de la región en promulgar una ley de alfabetización. Ello explica que en el Río de la Plata, durante la primera mitad del siglo XX, se publicaran más diarios, revistas y libros que en ninguna otra parte de Hispanoamérica. De hecho, todavía hoy los quioscos son más grandes y variados en su oferta que los de Chile. Ni hablar de las librerías.
Uno de los últimos cruzados de la lengua, el español Alex Grijelmo, propone en un ensayo que tanto en la Península Ibérica como en América se ha perdido la vergüenza de escribir mal, como si se tratara de algo trivial y no denotativo de falencias educacionales. Esa impresión me quedó al escuchar las preguntas que la periodista le hacía en cámara al juez Pérez. Todo era como en broma, simpático, en el contexto de una nota periodística blanda, liviana. En general, el lenguaje descuidado, informal, coprolálico, carcelario casi, goza de buena prensa en nuestro país. He visto incluso unos dibujos animados nacionales cuyos personajes se expresan de esa manera arrabalera, dialectal, ruin.
En Chile tenemos la creencia errónea y extremadamente cómoda de que todo lo que está mal debe ser arreglado por el gobierno de turno. Nuestra decadencia lingüística se relaciona sólo parcialmente con el fracaso del modelo educacional implantado en Chile, y no se corrige con leyes ni reglamentos. Tiene que haber una mutación cultural. Es la sociedad civil, de manera espontánea y autónoma, la que debe idear la forma de revivir la cultura del libro y, por extensión, el pensamiento crítico y el buen decir.
Luis Alberto Maira