Tuesday, March 14, 2006

Nudos gordianos

(Publicada en El Sur el 7 de febero de 2006)

En una entrevista más o menos reciente, el senador Carlos Ominami confesaba que ahora, después de las elecciones, se sentía libre para decir ciertas cosas. La entrevista iba titulada con esa idea, cuya lógica interna en un principio me alarmó. ¿Es que hay cosas que se pueden decir en campaña y otras que no porque resultarían políticamente (o más bien electoralmente) onerosas? Por fortuna, no se refería a eso el senador, según creo.

En el fondo, estaba atestiguando el fin de una situación anómala que atravesó toda la transición; una obligación impuesta de manera implícita, pero implacable, por los poderes fácticos a los gobiernos de la Concertación y a sus parlamentarios y dirigentes: la “prueba de la blancura”.

Esto es, dar muestras visibles de cordura política, de gobernabilidad y, claro, de cierta ortodoxia económica que no desnaturalizara los fundamentos del modelo heredado. En un pasado harto cercano, el solo hecho de poner en el tapete ciertas ideas “progresistas” (en realidad, meras puestas al día respecto de lo que sucedía en el resto del mundo) producía escándalo y aparatosos rasgados de vestiduras, cuando no llamadas fatales y urgentes lobbies paralizantes. ¿Un ejemplo? El divorcio, que cuajó en una ley tan mediocre que, después de un año, en vez de entregar soluciones ha creado graves problemas procesales.

Creo que las declaraciones del senador, además, pintan un cuadro anticipatorio de los cambios político-culturales que pueden venir ya por decantación natural, ya por voluntad política y/o designio programático del gobierno de la presidenta Bachelet.

Un analista político cuyo nombre no recuerdo sostenía que en Chile -país que se ha acostumbrado a elecciones escasamente confrontacionales (aparte de roces aislados que fuera del contexto electoral tienen escasa relevancia) y con propuestas programáticas muy similares- la ciudadanía terminará votando de manera “antropológica”. Se ponían como ejemplo ciertos estados norteamericanos en que históricamente se ha votado demócrata o republicano. Es una tesis refutable, claro está, pero interesante. Rescato, en favor de ella, una noción que no proviene de la política, sino de la crónica pop: el carácter “ondero” de Chile. El entorno multigeneracional y cosmopolita de la presidenta Bachelet está fuertemente cohesionado en torno a ciertos valores culturales liberales que van mucho más allá de lo meramente político. Es gente “de una misma onda” (una crónica sostiene que se suelen juntar en el bar “Liguria”), más allá de las militancias, que puede ser algo accidental. Ahí está la verdadera novedad de esta naciente administración.

El golpe a la cátedra del flamante gabinete, y el malestar que ha provocado en algunos representantes del actual establishment político, es apenas un gallito preliminar en pos de algo que legítimamente quiere ser más que un “estilo de gobierno”, noción ya trivializada con el adjetivo “ciudadano”.

Como primera señal es auspiciosa, pero esta es una historia que recién comienza. Es un hermoso desafío, qué duda cabe.

Luis Alberto Maira

1 Comments:

At Monday, 05 March, 2007, Anonymous Anonymous said...

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