Hace poco, en una entrevista, el nuevo ministro de Hacienda, Andrés Velasco, dijo que el modelo económico ha funcionado bien y que cuenta con el apoyo de la mayoría de la población. Es una observación probablemente correcta, pero por una misteriosa razón que no sé verbalizar me resulta incómoda y tal vez excesivamente rotunda, sobre todo en este momento exultante en que el nuevo gobierno ya se ha instalado en La Moneda y el espíritu colectivo se hincha de esperanza e ilusión. La aceptación mayoritaria del modelo económico presenta, como hipótesis, incluso como mero enunciado, varias zonas problemáticas y ambiguas. ¿Qué es lo que aceptan mayoritariamente los chilenos? ¿Una idea abstracta, idílica, de la economía social de mercado? ¿Un modo de producción, una realidad financiera, patrimonial? Difícil saberlo. Se me ocurre que ha de circular, en los confusos fueros internos de esas masas audiovisuales que no entienden lo que leen, una idea imprecisa, rudimentaria, del modelo, algo vagamente relacionado con la preeminencia de las empresas, sobre todo las grandes, en la producción de la riqueza, el nivel del empleo y los destinos del país. Las nociones borrosas, inacabadas, dan para mucho; aguantan más que el papel. El modelo implementado en países con tan alto estándar de vida -y tan admirados por el gobierno saliente- como Finlandia y Nueva Zelanda, ¿tendrá algo que ver con el nuestro? Después de todo ¿no es finlandesa Nokia, esa gran empresa que conquistó el mundo, y no se filmó en Nueva Zelanda la saga “El señor de los Anillos”? Aquí entramos en un terreno pantanoso. Pese a todo, sigo creyendo que la afirmación del ministro Velasco es, en lo fundamental, correcta. De manera tentativa, confusa e incompleta, la mayoría de la población apoya el modelo. Lo apoya sin saber muy bien qué apoya. Intuye, eso sí, que los beneficios del sistema tal vez no están llegando a todos los que debieran. Esta última intuición, brumosa, pre-verbal, pero intensa, y la convicción de que urge hacer algunas correcciones y que tal vez por primera vez en muchos años la justicia social puede ser algo real y tangible y no mera retórica, todo esto animó e hizo tan especial y emotivo el cambio de mando, los discursos y las ceremonias siguientes. Los festejos han tenido una fuerte carga simbólica, y los símbolos y signos que han desfilado frente a nosotros plantean, creo, más de una paradoja. Por ejemplo, en el acto “Canta América Canta” artistas de izquierda (algunos de la vieja izquierda) hicieron las delicias de un público que, como ya hemos visto, apoya el modelo y que sin embargo pifió sin misericordia a Myriam Hernández, que es hija del modelo y que alguna vez trabajó por Lavín. Cabe preguntarse si la cultura de la izquierda (sus expresiones artísticas, sobre todo), disociada ya de su correlato económico y social, no es más que una letanía vacía y nostálgica de algo que fue olvidado hace mucho y cuyas claves se perdieron, como “el idioma del agua” (Canto General). Luis Alberto Maira |