Monday, April 03, 2006

Un nuevo mundo

Columna publicada en El Sur el sábado 1 de abril

En Francia, los diputados acaban de aprobar una ley que penaliza las descargas de música y películas de internet. No sé si el texto legal ya pasó al Senado, pero sí que los castigos previstos son muy duros: desde multas equivalentes a 300 mil dólares hasta tres años de cárcel.

Leyes como ésta tienen un curioso efecto instantáneo: hacer de todo adolescente y veinteañero un delincuente en acto o en potencia. Mala cosa. Porque el lector, al igual que yo, probablemente no conoce a adolescentes o veinteañeros, incluidos los propios hijos, que no descarguen habitualmente -para uso personal, por cierto, y sin ánimo de lucro- música y películas de la red.

Actualmente, las multitiendas ofrecen una variedad casi infinita de reproductores mp3, el formato en el que, junto a otros menos populares, circula la música en internet. Al fabricar y vender estos dispositivos, ¿no están cohonestando los industriales las descargas ilegales? Tal vez no, pero sin duda vieron, antes de lanzarse a la masificación del nuevo chiche electrónico, un mercado en tumultuosa expansión. Quedaría en manos de los usuarios decidir la naturaleza y el origen de los archivos que colocarían en sus reproductores. Hasta el mismísimo Steve Jobs ha de haber contado con que los millones de compradores de su iPod llenarían esas memorias monstruosas, de varios gigas, con algo más que archivos descargados de iTunes previo pago con tarjeta de crédito.

Sin perjuicio de las forzosas consideraciones jurídicas, es un hecho incontrovertible que los jóvenes no sienten que estén haciendo algo cuestionable y potencialmente punible al descargar material de la red. Por ejemplo, los cibernautas que intercambian libros digitalizados aseguran que están reproduciendo, en internet, el sistema de préstamos de las bibliotecas, y que su actividad conduce inevitablemente a la compra del libro de papel, pero con más conocimiento del contenido. Pueden estar equivocados, pero lo que hacen es bastante representativo de las comunidades virtuales que se están formando en el núcleo duro de la red y que podrían definir su configuración futura y aun los nuevos modelos de negocios que allí prosperarán. No es improbable que el marketing directo tenga que reinventarse; pero la forma de buscar contenidos -ámbito donde Google parecía reinar sin contrapeso- ya está cambiando, y a pasos agigantados: cada vez es más la gente que opta por el "tagging", otra exitosa construcción colectiva, como la Wikipedia.

Estoy completamente a favor de la protección del derecho de autor, pero esa es una batalla que, en mi modesta opinión, debe librarse en una arena distinta de la red, que es un mundo nuevo, en plena transformación. Leyes como la francesa son palos de ciego penosamente analógicos; revelan un desconocimiento total de las directrices actuales de internet y de la titánica convergencia que allí está teniendo lugar. En el peor de los casos, hay que esperar un poco, hasta ver de qué manera va tomando forma el ígneo magma digital.

Luis Alberto Maira